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El emperador avanzó con la procesión bajo el hermoso palio, y todos los que lo vieron desde la calle y las ventanas gritaron admirados.
-¡El nuevo traje del emperador es realmente inigualable! ¡Qué larga es la cola! ¡Qué bien le queda! -nadie quería que el resto supiera que no veían nada, puesto que los habrían considerado inútiles o demasiado tontos. Nunca fue tan admirado un traje del emperador.
-¡Pero si está desnudo! -se burló un niño.
-¡Por Dios! Oigan las palabras de un niño inocente -dijo su padre, y uno susurró al oído de otro lo que aquel había dicho.
-¡El emperador está desnudo! -gritaron todos por fin.
Los gritos causaron una gran impresión al emperador, puesto que le parecía que tenían razón. Pero pensó: “Ahora tengo que aguantar hasta el final”. Y los ayudantes de cámara siguieron caminando con más arrogancia, llevando una cola que no existía.”
Hans Christian Andersen, 1837
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